Resumen:
El presente documento contiene una serie de reflexiones desde la intervención, durante la pandemia, del Trabajo Social en espacios no tradicionales y que no son asociados a la pobreza, pues, ya sea por criterio subjetivo u objetivo (clasificaciones/categorías de las políticas sociales y públicas y la propia percepción del sujeto/familia y su entorno) no están en línea de la pobreza ni son sujetos habituales de apoyos económicos y/o beneficios sociales.La pandemia desnudó un secreto a voces y derrumba el mito de la “clase media emergente” (según Bazoret, 2017, un 70% de los chilenos cree pertenecer a la clase media, pero sólo un 30% estaría en esta condición y de ellos el 38% se podría considerar emergente) en un sistema neoliberal que perpetúa las desigualdades, pero también construye realidades alternativas para un supuesto desarrollo y movilidad social.¿existe la clase media emergente o es una clase media baja y una media alta o una media media? Una clasificación que parece un juego de palabras, que resulta de la imprecisión de poder determinar quienes no son ricos y quienes son pobres, pues a juicio de Bazoret, no es apropiado declararse en los extremos; sin embargo es posible constatar en la casuística que en los últimos años como resultado de la disminución de componentes objetivos de la pobreza, distribuciones territoriales e identidad que congrega a profesionales jóvenes, con empleos precarizados, micro empresarios, más bien “emprendedores” que, por lo general, tienen ingresos no estables y recurren al sistema bancario configurando su vida económica a través de una tarjeta de crédito que les permite acceder a bienes para mantener un status y posición social como signo de desarrollo, hay un grueso de personas y familias en este gran espacio de clase media.La pandemia dejó al desnudo una cruel realidad del sistema neoliberal: la clase media no era media ni emergente para muchos de quienes allí se percibían, pues quienes están en ese espacio de limbo, no sobreviven sin el apoyo de la banca y, por ende, del crédito.A poco andar de iniciada la pandemia, con un país que comenzaba a paralizarse por las cuarentenas, se facilitó el trabajo desde casa, pero muchos/as personas no pudieron acceder a él y se entregó herramientas a los empleadores para precarizar aún más sus fuentes laborales, accediendo a la suspensión temporal del empleo y debiendo acceder anticipadamente a los fondos de seguros de cesantía (Ley de protección al empleo, BCN, 2021). Sin embargo, una gran cantidad de familias no tuvo esa posibilidad, pues no cumplía con los requisitos, otras personas quedaron sin trabajo de un día para otros y se descubre que: no tienen redes de apoyo económicas, no conocen las redes de apoyo del Estado, se sienten discriminados por tener que recurrir a estas redes, dejan de ser sujetos de crédito, pues ahora para los bancos no resultan rentables, no pueden pagar lo que deben y se exponen a que les sean expropiados sus bienes como casa y vehículo, los cuales, también se descubre, no son de ellos/as pues deben muchos años del crédito solicitado; si no hay tarjeta, no hay “ingreso-préstamo” complementario y, por ende, no hay comida.Sumado a lo anterior, considerando que las familias suelen unirse a territorios según sentido de pertenencia y, en contraparte las ayudas estatales y/o municipales también recaen en el registro territorial (administrada principalmente desde los municipios como gobiernos locales), la focalización de la entrega de ayuda no llega a estos nuevos pobres y se deben levantar sistemas de apoyo no formales, basado en la solidaridad, sistemas distintos a los que suelen levantar “los pobres” que rápidamente generaron estrategias de apoyo como ollas comunes, pero acá, los territorios de clase media, fueron invisibilizados, no existían, pues son de personas “con recursos”, no existe la solidaridad, si no la caridad, de la cual, la mayoría de las veces se es gestor, no receptor, por lo que muchos territorios también tendieron a ignorar, por omisión o simple mito, la existencia de personas y/o familias que estaban en situación de una nueva pobreza pandémica. (Recopilación de entrevistas en casuística).Generar estrategias para estos grupos no ha sido fácil y es una gran deuda, se mantiene la invisibilización, pues, actualmente, se cursa un periodo de cierta “normalidad”, en un sistema deshumanizante; reconvertir la forma de mirar el territorio, reconvertir la forma de mirar la comunidad educativa; reconvertir la discriminación; reconvertir las redes de apoyo han sido solo algunas de las necesidades que surgieron para el Trabajo Social al alero de estos espacios de intervención; sin embargo queda la impresión que se ha humanizado por un rato para volver pronto a la deshumanización; los sistemas de acompañamiento y seguimiento no dan abasto para recuperar no solo el poder adquisitivo si no la salud mental y la familia en torno a un ingreso y a un duelo por la pérdida de un estatus que, posiblemente, no recuperen en mucho tiempo.En la casuística se puede probar y comprobar que la desigualdad no sólo está instalada en la diferencia de ingresos entre ricos y pobres, si no, en la injusticia y crueldad del sistema que esconde una pobreza disfrazada de plástico, tratando de convertirla en no pobres de clase media y pone en jaque al Trabajo Social para crear nuevas posibles intervenciones, desafiantes y humanas a la vez.