Resumen:
La pandemia mundial por COVID-19 develó las múltiples desigualdades e injusticias sociales a las que se ven expuestas principalmente las personas más pobres y vulnerables, quienes son víctimas directas de las fallas e ineficiencia de las políticas públicas neoliberales. Para el Trabajo Social en tanto profesión y disciplina, este escenario conlleva múltiples desafíos a la hora de generar espacios y oportunidades de desarrollo que permitan a las/os sujetas/os acceder a sus derechos tanto sanitarios como sociales. El actual contexto de emergencia socio-sanitaria trajo consigo entre otras cosas, la oportunidad de visibilizar los cambios que se requieren hacer a nivel del quehacer profesional y en los procesos de formación, demandado a la profesión reinventarse y llevar a cabo nuevas forma de ayuda e intervención en crisis. Esto implicó desplegar todo su potencial en cuanto a ofrecer recursos de apoyo emocional en situaciones de distanciamiento físico-social, aislamiento, teletrabajo y/o confinamiento, generando por ende un tremendo desgaste y agotamiento emocional tanto en el colectivo profesional como en las/os estudiantes en formación. Es por ello que este trabajo pretende visibilizar la relevancia que tiene el desarrollo de competencias emocionales en la formación y desempeño profesional de Trabajadoras y Trabajadores Sociales, no sólo en contexto de pandemia sino en cualquier situación cotidiana que requiera de nuestra atención o intervención, ya que en las últimas décadas y de acuerdo a la evidencia científica nacional e internacional, las competencias emocionales tienen directa relación con las habilidades sociales, cognitivas, aprendizaje, rendimiento académico y resultados laborales. Del mismo modo, estas competencias permiten afrontar los desafíos de la vida profesional como la superación del estrés, la incertidumbre, el temor, la inseguridad, la angustia, propios de la vida humana en general y en especial en momentos críticos como los actuales, siendo por tanto, necesario fortalecerlas como parte del proceso de crecimiento personal, formación integral y profesional, para que a futuro las/os estudiantes en formación se desenvuelvan de manera efectiva, desarrollen un mayor bienestar personal y respondan de forma pertinente a las demandas de la sociedad actual, que requiere cada vez más de profesionales que posean este tipo de habilidades y/o competencias para su inserción en el mundo laboral. La formación en competencias emocionales, tiene como finalidad el desarrollo humano integral, así como también favorecer la interacción social, la autogestión, el trabajo colaborativo, la toma de decisiones, la interdependencia y el discernimiento ante situaciones que involucren tanto las propias emociones como las emociones de los demás, en una actividad profesional o personal. Por tanto, se convierten en un eje fundamental del proceso de enseñanza-aprendizaje, cuya incorporación formal en los planes de estudio, tanto internacionales como nacionales, sigue siendo aún incipiente, así como también lo es la investigación sistemática que haya explorado las implicaciones de las emociones y las competencias emocionales en el bienestar de estudiantes y profesionales del Trabajo Social. A pesar de ello, la competencia emocional ha demostrado ser fundamental para explicar el bienestar personal de los profesionales de la intervención social, caracterizados por una alta carga de trabajo y elevados índices de angustia psicológica y burnout. Cabe destacar, que las competencias emocionales es un constructo que tiene dos modelos relevantes, el de Saarni (1999), quien define las competencias emocionales como un conjunto articulado de capacidades y habilidades que un individuo necesita para desenvolverse en un ambiente cambiante y surgir como una persona diferenciada, mejor adaptada, eficiente y con mayor confianza en sí misma, y por otro lado, el modelo pentagonal de competencias emocionales de Bisquerra (2003, 2009), que las comprende como un conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y aptitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales. Entre éstas se pueden distinguir la conciencia emocional, la regulación emocional, la autonomía emocional, la competencia social y las habilidades para la vida y el bienestar. Particularmente en el campo del Trabajo Social, los estudiantes y futuros/as profesonales deben conocer y manejar las emociones, posibilitándoles tanto el afrontamiento de sus propias frustraciones, como servir de estímulo a las/os usuarias/os para superar sus dificultades. Las frecuentes experiencias de afecto negativas, tales como la ansiedad o el dolor, a las que se ven expuestas/os las/os Trabajadoras/esSociales durante su actividad laboral, sobretodo en contexto de pandemia, demandan que los planes de estudio integren programas en donde se fomente el desarrollo de las competencias emocionales. Del mismo modo, las elevadas exigencias laborales a las que se enfrenta este colectivo profesional, como consecuencia, entre otros aspectos, de la excesiva burocratización de las instituciones estatales y públicas, lo hace aún más muy vulnerable a padecer ciertos riesgos psicosociales, frente a lo cual desarrollar competencias emocionales les permitirá afrontar estas demandas profesionales que pueden afectar a su bienestar y rendimiento laboral. Los/as trabajadores/as sociales que poseen competencias emocionales adecuadas, se encuentran mejor preparadas/os para mantener una buena calidad de vida laboral y una apropiada felicidad subjetiva, lo cual a su vez contribuye positivamente en la relación, calidad de la intervención y prestación de servicio hacia las/os usuarias/os, ante las elevadas exigencias del contexto laboral actual.