Resumen:
Los procesos formativos durante la pandemia y la construcción de alternativas: entre tensiones y transicionesCualquier análisis crítico sobre la situación por la que atraviesa actualmente la formación de grado, no puede comprenderse sin entender el contexto macrosocial que, de una u otra forma, la condiciona, es por ello que el análisis que se presenta a continuación comienza con una lectura de la realidad que, como se verá, se reflejó en los procesos formativos. El presente texto dará cuenta de la situación específica de las y los estudiantes de Trabajo Social en distintas universidades mexicanas. La pandemia por Covid-19 significó una situación de crisis que puso en evidencia la descomposición integral del sistema, al abrir una “grieta” que permitió ver con mayor claridad la desigualdad social y con ello confirmar que las situaciones de emergencia no afectan por igual a toda la población y son los sectores más empobrecidos los que sufren con mayor agudeza las consecuencias de este tipo de situaciones. Esta descomposición se notó, primero, en los sistemas de salud nacionales, que se vieron rebasados para atender a la población, al enfrentarse a la necesidad de atender una pandemia sin instalaciones ni instrumental pertinente, sin suficiente personal capacitado y sin medicamentos, por lo que pronto se vieron sobrepasados y entonces gobierno y población dimensionaron las graves carencias que en materia de salud se habían venido acumulando y que si bien ya se conocían, en esta emergencia se volvieron más evidentes al punto de que no había manera de conseguir un tanque de oxígeno, una cama de hospital, un respirador, provocando con ello miles de lamentables fallecimientos; y aún ahí se notó la desigualdad pues quienes tuvieron los recursos económicos suficientes pudieron conseguir una adecuada atención cuyos costos se elevaron considerablemente. En la esfera económica sucedió algo similar: la medida del pretendido “confinamiento universal”, no consideró las condiciones de miles de sujetos para quienes quedarse en casa nunca fue una opción: en primera instancia, por formar parte del personal de las denominadas áreas esenciales que no se detuvieron y además se vieron sobrepasados por la disminución de personal. Y por otra parte para quienes subsistían de la economía informal, es decir, aquellos cuya sobrevivencia depende del ingreso diario. Así, esta pandemia re-visibilizó el mosaico de la exclusión en toda su dimensión: vendedores ambulantes, meseros, empacadores, obreros, trabajadoras del hogar, trabajadoras sexuales, pequeños comerciantes, trabajadores de la construcción, trabajadores independientes, se quedaron sin ingresos de un día para otro. Poco después se fue haciendo evidente esta desigualdad en otras dimensiones, como la educativa, en la que ya de por si existía exclusión. En el caso de México antes de la pandemia existían más de 36 millones de personas mayores de 15 años sin educación básica concluida; miles de jóvenes rechazados del nivel medio superior y otros tantos del nivel universitario, de forma tal que sólo 4 de cada 10 estudiantes de primaria logran incorporarse a la universidad. Quienes si estaban incluidos en el sistema educativo en cualquiera de sus niveles, se vieron ante la problemática de cambiar de manera abrupta del sistema presencial al virtual y de manera errónea se partió del supuesto de que todo el estudiantado y profesorado contaba con condiciones para ello: una televisión, una computadora, una conexión a internet, materiales didácticos, espacios suficientes y adecuados para el estudio, entre otros. Lo cual nos habla de la invisibilización y normalización que se había hecho de las condiciones desiguales en las que viven docentes y estudiantes. Del mismo modo, se ignoraron las condiciones desiguales entre zonas geográficas, entre estratos socio-económicos, entre géneros, entre estratos etarios, y se dejó a la “suerte” de cada uno y fueron los individuos los que tuvieron que asumir asumieron toda la responsabilidad de continuar los procesos formativos en una modalidad que no se puede nombrar como educación a distancia pues ésta sí cuenta con las condiciones de infraestructura y conocimientos para desarrollarse, sino más bien se enfrentaron a una Escolarización Remota de Emergencia (ERE) como la nombró Gil Antón. En este contexto, se decidió realizar una investigación acerca de la situación del estudiantado de trabajo social que se forma en doce universidades mexicanas, en dos momentos: al inicio de la pandemia y un año después. Los resultados obtenidos muestran con toda claridad cómo se vivieron en concreto los problemas de salud física, las afectaciones a la salud mental, el deterioro de las condiciones económicas familiares, los problemas relacionados con el proceso formativo considerando desde aspectos tecnológicos y técnicos hasta los de aprendizaje y aprovechamiento. Hoy, nos enfrentamos a otra situación crítica para el desarrollo de los procesos formativos, pues la prolongación durante dos años de esta pandemia modificó de manera significativa la vida de estudiantes y docentes, lo cual está afectando, ahora, la transición (de regreso) a las clases presenciales, dadas las deterioradas situaciones económicas de las y los estudiantes, los problemas de salud mental como angustia, depresión, ansiedad; la prematura incorporación al mercado laboral, los vacíos de conocimientos, las dificultades para aprender, entre otras, que están complicando este regreso y en algunos casos provocarán un mayor rezago y deserción escolar. Ante este panorama casi desolador es necesario que, como formadores de futuros trabajadores y trabajadoras sociales, reflexionemos y profundicemos de manera colectiva en el análisis de la problemática que enfrentamos y con base en ello se generen alternativas para dar continuidad a los procesos formativos de miles de jóvenes que colocaron en su horizonte de vida, ser profesionales del trabajo social.