Resumen:
En este trabajo abordamos reflexiones sobre la conformación de redes de solidaridad y cooperación que se gestan en (y entre) grupos de mujeres barriales y campesinas que residen en diferentes lugares del noroeste de la provincia de Córdoba, que a su vez se re-tejen en estrechos vínculos de colaboración con mujeres que habitan el Chaco Americano. Nos proponemos trazar un diálogo entre las luchas por la sostenibilidad de la vida y el cuidado de los territorios, incluyendo los territorios cuerpos, a partir de los lazos tejidos. Recuperamos aportes de los feminismos decoloniales y comunitarios; las prácticas colaborativas y saberes colectivos que despliegan al interior de los territorios de proximidad y con otros espacios más amplios, ya que es a partir de sus narrativas personales y colectivos que se presenta la fuerza y la potencialidad de estos vínculos fértiles para la transformación social en espacios rurales y campesinos. Pensar el cuerpo como territorio, posibilita reflexionar respecto de cómo la violencia deja huellas en los cuerpos de las mujeres desde la usurpación y expropiación de los territorios por parte de los agentes extractivistas/ empresas/Estado. En estos territorios vemos desplegados diversos mecanismos de desterritorialización, desde la cooptación, la coacción y la división de las comunidades, hasta el desplazamiento forzoso de quienes históricamente se identifican con el territorio (Salazar, 2017).La ocupación territorial dentro de estas lógicas ha implicado el control y la violencia sobre los cuerpos de las mujeres, remitiendo a una visión hegemónica de territorio como lugar a ocupar y poseer.En este contexto, son las mujeres rurales quienes se ocupan y recae, en mayor medida, la responsabilidad en el cuidado de las personas de la comunidad, la alimentación de sus familias, del cultivo y cuidado de pequeños animales para el autoconsumo, los intercambios y la comercialización de algunos excedentes de sus huertas (Vivas, 2012). Ocupando gran cantidad de tiempo en la reproducción tanto material como simbólica de la vida, que permanece en una esfera privada e invisible. Trabajos que se incrementan con el avance de la frontera agrícola extractiva se reflejan en los relatos de las mujeres que demandan frente al agotamiento de los pozos de agua, debiendo ir cada vez más lejos o asumiendo grandes costos para su obtención; lo mismo sucede con la recolección de leña, de frutos del monte para su consumo o producción de conservas, etc. Dado que el capitalismo se orienta a la producción para el mercado, el trabajo doméstico- también denominado trabajo de cuidados- no se contabiliza como tal, o aún cuesta que sea considerado trabajo en muchos ámbitos (Federici, 2013). Estas dinámicas implican no solo una sobrecarga de trabajo de cuidados que asumen las mujeres, sino también un incremento del estrés y la ansiedad, dada la dificultad creciente para resolver las responsabilidades de reproducción social que recaen sobre ellas de forma invisibilizada. Es así, que la crisis acentuada por la pandemia de covid-19, puso en evidencia la importancia del trabajo de cuidados en los hogares y fuera de ellos y la necesidad de adoptar medidas para redistribuir esta carga. A su vez, surge cómo una necesidad urgente la creación y/o consolidación de redes de solidaridad, cooperación y comunicación entre mujeres y sus grupos, que permitan el acceso a la información y al conocimiento, la visibilidad de las situaciones críticas y la exigibilidad de derechos a través de acciones colectivas, en pos de acortar las brechas de las desigualdades.Consideramos que las mujeres al encontrarse, conectarse y poner en común sus experiencias e historias de vida, van identificando que muchos de las vivencias, de los malestares y dificultades son similares. Es decir en el encuentro se crea un proceso de reconocimiento por el cual lo que pareciera ser vivido de manera individual también es compartido por otras mujeres. En dichos espacios de encuentro, basados en el diálogo y la escucha se generan transformaciones en las subjetividades de las mismas tanto individual como colectiva repensando de esta manera sus vidas cotidianas y sus problemáticas. En este permanente intercambio se comienzan a profundizar los cuestionamientos sobre lo que pareciera “naturalmente establecido” impuesto por el patriarcado y un modelo de desarrollo que impacta directamente sobre los territorios – cuerpos. De esta forma, es comprendido lo que vivimos en las historias, en las narrativas que (nos) contamos. Porque cuando re-volvemos, re-revisamos, re-escribimos y re-contamos las historias, transformamos y/o potenciamos nuestra percepción. Todas y cada una de las participantes pueden reconocer, adoptar o elegir nuevas perspectivas en relación al tema en debate. Aprender que distintos y múltiples diálogos internos e íntimos se pueden volver públicos y nutrir una mirada colectiva a cerca de la multiplicidad de situaciones que atraviesan nuestros territorios y proponer alternativas que coloquen la reproducción de la vida en el centro del debate. Lo que a veces puede parecer un dilema cerrado es posible transformarse en una oportunidad para nutrir puntos de vista y pensamientos. Al brindar espacio para que las diferentes voces con perspectivas diferentes sean escuchadas y recibidas, es posible que las personas desarrollen aprobación o duda. Pueden ampliar su curiosidad de saber porque perspectivas similares conducen a pensamientos similares, pero también diferentes.En este sentido, las iniciativas emprendidas por mujeres son claves para imaginar y crear sociedades más equitativas. Los procesos de participación de las mujeres envuelven diversas experiencias de exigibilidad y justiciailidad de derechos que han favorecidos el ejercicio de ciudadanías. En este proceso es cuando crean redes, que sirven de contención y fortalecimiento individual y colectivo. A partir de estos espacios de intercambio entre mujeres dan cuenta del lugar que ocupan en la comunidad, el cual es integrador de la dinámica de la misma. De esta manera, la lucha por la soberanía de los territorios, es soberanía de los cuerpos de las mujeres, es la soberanía del saber y del conocimiento. Ejercer estas soberanías no solo es un papel vital para el cuidado de los bienes comunes sino también de la práctica del buen vivir, de las autonomías sobre los cuerpos – territorios en desear y decidir. En el marco de la investigación – acción participativa que realizamos como equipo, entendemos que los aportes feministas nos llevan a concebir a la pedagogía desde un lugar que puede ayudar a interrogar (nos), a dudar, a preguntar (nos), a co -crear y construir, desde espacios donde se habilita la risas, el deseo, el enojo y la tristeza. Proponemos como herramientas nodales el diálogo, el construccionismo, la interculturalidad y las narrativas como perspectivas que permiten hacer de nuestras prácticas, practicas fundadas, reflexivas y situadas. Entendemos las prácticas de construcción colectiva de conocimientos con una perspectiva feminista, como prácticas reflexivas con más preguntas y dudas que certezas, como indagación, análisis, recuperación de experiencias y cimentación de nuevos saberes y prácticas en los territorios, que busca producir otros nuevos escenarios posibles con una polifonía de voces e historias y poder transformar realidades cotidianas en donde abundan las situaciones que impiden el ejercicio real de los derechos. Pensar y recuperar sentidos, prácticas vividas, cambios y construcción de conocimientos que convoquen a transformar y rechazar prácticas de subalternidad y exclusión. Nos sirve para hacer de nuestras prácticas, practicas reflexivas, críticas, cuestionadoras, irreverentes, indisciplinadas no solo en relación a los roles estereotipados de genero, sino para buscar claves para vivir en mundos mejores.